Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda (…). Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores».
Comentario del Evangelio
Hoy admiramos el ejemplo de una esposa y madre santa: Mónica (332-387). Es la mamá del futuro san Agustín que, de joven, la hizo sufrir mucho por su conducta alejada del cristianismo. Mónica ha pasado a la historia como una madre que lloró mucho suplicando la conversión del hijo rebelde. Después de muchas peripecias, a través de su madre, Agustín conoció a san Ambrosio —obispo de Milán— cuya predicación le llevó al bautizo.
—Los hombres a veces nos reímos de las lágrimas de las madres, pero Jesucristo nunca las pasa por alto.